En
realidad, lo que se llama opinión general es la opinión de dos o tres personas.
Del mismo
modo que los chismes, nace de dos o tres personas que la han admitido o
afirmado, y que, según se supone, procedieron a un examen profundo de la
cuestión. Otras personas, dando por sentado que las primeras tenían suficiente
competencia, adoptan la misma opinión, que a su vez merece la confianza de
nuevos individuos que, por pereza o seducción, en lugar de reflexionar, creen
directamente en lo que otros sostienen. Cada día crece el número de adeptos
holgazanes, crédulos y seducidos, porque una vez que la opinión ha ganado
cierta cantidad de voces, los demás piensan que esto garantiza la exactitud de
sus fundamentos.
Aceptar la
opinión general se vuelve obligatorio para quien no desea que le consideren
como un rebelde opuesto a las opiniones universalmente admitidas, un
impertinente o un arrogante. Las raras personas capaces de juzgar por sí mismas
tienen que callarse. Las que tienen derecho a la palabra son absolutamente
incapaces de forjarse una opinión propia, pero defienden la que han adoptado
con ardor e intolerancia. En quien piensa de otro modo no detestan tanto la
opinión diferente, como la jactancia de juzgar por sí mismo. Saben, en su foro
interno, que nunca se animarían a hacerlo. Puesto que muy pocas personas saben
reflexionar pero todas quieren opinar, ¿qué otro camino les queda ?
Arthur Schopenhauer, « L'art d'avoir toujours raison »
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