Desde muy temprana edad nos enseñan a
analizar los problemas, a fragmentar el mundo.
Al parecer esto facilita las tareas complejas, pero sin saberlo pagamos
un precio enorme. Ya no vemos las
consecuencias de nuestros actos; perdemos nuestra sensación intrínseca de
conexión con una totalidad más vasta.
Cuando intentamos ver la “imagen general”, tratamos de ensamblar
nuevamente los fragmentos, enumerar y organizar todas las piezas. Pero, como dice el físico David Bohm, esta
tarea es fútil: es como ensamblar los
fragmentos de un espejo roto para ver un reflejo fiel. Al cabo de un tiempo desistimos de tratar de
ver la totalidad.
La quinta disciplina
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